Cuando tenía 13 años empecé a leer poesía. En mi interior se agolpaban sensaciones que necesitaba expresar, pero a esa edad los complejos pueden pesar más que las necesidades. A los 14 años me decidí a escribir, aunque lo hacía como un desahogo, y guardaba todo lo que escribía para que nadie lo leyese.
Cuando tenía 17 años estudiaba en el Colegio Diocesano Santo Domingo de Orihuela, interno de lunes a viernes. Allí el ambiente y el propio edificio, una fabulosa construcción del Siglo XVI, pusieron lo que necesitaba para inspirarme y disparar mi creatividad, por lo que empecé a acumular poemas que escribía y guardaba. Además, mi profesor de literatura, D. Carlos Martínez Ferrer, nos hacía escribir unas redacciones breves en pocos minutos que me ayudaron a coger un buen hábito y a esforzarme por cuidar las formas sin descuidar el fondo del texto. Escribía y guardaba lo escrito. Tan sólo en una ocasión, para la revista del Colegio, me decidí a compartir un par de poesías. Pero en realidad yo seguía escribiendo para mí, por necesidad, y con el convencimiento de que nadie leería jamás lo que escribía.
Al terminar en Orihuela empecé Informática en Alicante. Los estudios de Programador Informático y Analista de Sistemas no parecían tener mucho que ver con la poesía, y cuando los acabé y empecé a buscar trabajo abandoné bastante la lectura y la escritura, por lo que dejé de sentirme inspirado y dejé de escribir durante muchos años.
Casi dos décadas después, poniendo en orden algunas cajas almacenadas con cosas antiguas, la fortuna me hizo encontrar los libros y libretas de cuando estaba en Santo Domingo. Entre los apuntes de clase dormían algunas de las redacciones y poemas que escribí en aquellos años. Los leí, y al desempolvar todos aquellos sentimientos desperté de nuevo mi necesidad de escribir. De modo que allá por el año 2014 empecé a escribir de nuevo, aunque todavía con la intención de hacerlo sólo para mí.
Un día decidí recoger alguno de los poemas antiguos y pasarlos a limpio. Los acompañé de otros que acababa de escribir. Lo imprimí y se lo dejé a mi amiga Alicia, Bibliotecaria y Archivera Municipal de Monóvar, para que me diera su opinión. Cuando los leyó me empezó a animar para que los publicara. Fue una decisión difícil, ya que para mí eso significaba abrirme y mostrar una parte de mí que nunca tuve intención de enseñar. No obstante, ante la insistencia de Alicia y considerando su criterio, di el paso de publicarlo. Entonces mi poesía cobró una nueva dimensión. Se escapó de mis manos y empezó a disfrutar de una vida propia. Todo cambió para mí. Fue la decisión correcta, estoy convencido de ello.